lunes, 8 de octubre de 2012

Experiencia misionera de 10 jóvenes en el verano en Corozal.


Difícil de olvidar

A Corozal es fácil llegar, pero difícil de olvidar. Esto es lo que nos dijo Andrés, un joven colombiano costeño, al llegar a nuestro destino en Colombia, donde diez jóvenes, acompañados por Fr. Juan Cormenzana, íbamos a vivir una experiencia misionera durante un mes, entre julio y agosto.


El grupo que este verano hemos participado en el Campo de Solidaridad Misionera en Corozal (Colombia)
estaba compuesto por once personas en total. Todas formadas, especializadas, con distintos carismas y personalidades, motivaciones y expectativas diferentes, y con edades diversas. La esencia del grupo, sin embargo, es que todos fuimos empujados por un mismo espíritu: sencillos, dispuestos, entregados, y con los ojos, la cabeza y el corazón bien abiertos.
Colombia es un país de contrastes. En Corozal, más concretamente, nos quedamos maravillados al ver el paisaje paradisíaco que envuelve a la ciudad, con unos colores que te atrapan, interminables extensiones de sabana y unos atardeceres indescriptibles. En la ciudad, en cambio, no todo pinta tan bien. Allí conviven, en medio de la pobreza, unos 50.000 habitantes. Casas a medio hacer, algunas de ladrillo, otras de caña, calles sin asfaltar, luz y agua si hay suerte y no tienen cortes, lo cual es un inconveniente para combatir el calor y la humedad.

Tierra fértil

 Llegamos al convento de Santa Clara, donde nos alojamos.
Allí viven cuatro frailes conventuales que se ocupan de los trabajos pastorales y sociales en la ciudad y en once corregimientos (pequeños pueblos) alrededor de misiones Corozal. Su entrega a los demás desde la humildad y la sencillez, viviendo fieles al Evangelio, llevando a Jesús y su Palabra, hace que si uno pasa por allí pueda ver la huella del mismo Francisco de Asís. Comenzábamos el día compartiendo un rato de oración, que nos servía para recordar y tener presente a quien estaba detrás de todo el proyecto. Durante la mañana, hasta la hora de la comida, colaboramos con el refuerzo escolar, acompañamos a los ancianos que se juntaban para rezar el rosario, y un grupito de la rama sanitaria pasaba consulta a los que más lo necesitaban.
Desde el primer minuto con los niños pudimos descubrir su gran carencia, que no es ni intelectual ni alimenticia,sino afectiva. Se puede percibir en ellos un fuerte contraste, siempre con una sonrisa en la boca, pero con una mirada que esconde su realidad en casa: familias desestructuradas, pobreza, falta de cariño y atención, maltrato, machismo. El refuerzo escolar era su vía de escape, un momento para disfrutar, reír y jugar. Sobre las 12 del mediodía comenzaba el primer turno de comida, donde aprovechábamos para comer con ellos y conocerles un poco más. Pudimos experimentar el esfuerzo de las cocineras, que cocinan todos los días para alrededor de 200 personas, niños y adultos, además de poner las mesas, fregar, secar los platos y barrer el suelo. Todo lo que les ponían en el plato se lo comían rápido,rebañando hasta el último grano de arroz. Para muchos era su única comida al día, por eso todo se aprovecha, nada se desperdicia. Además son niños muy agradecidos, no dan problemas en ningún momento de la comida,e incluso alguno ayuda a poner los platos y a recoger las sillas y las mesas.

Refuerzo escolar

Por la tarde teníamos otro turno de refuerzo escolar, donde nos poníamos con los niños a hacer las tareas de Matemáticas, Lengua, Informática, incluso contábamos con una profesora de Inglés que les dio alguna clase a los “pelaos”, como aquí se les llama. Nos encontramos que a algunos les mandaban hacer tablas de Excel pero apenas sabían sumar; otros tenían que analizar sintácticamente oraciones y ni siquiera sabían leer.

Por la tarde aprovechábamos también para hacer visitas a los niños apadrinados, donde comprobamos las condiciones en las que viven: casas de caña donde convivían personas y animales, con condiciones deplorables de salud, falta de agua, de luz, de alimentos. También acompañamos a los frailes en sus visitas a los corregimientos, para compartir con las comunidades la eucaristía y unos ratos muy agradables, ya que nos abrían las puertas de sus casas y nos invitaban a tomar un jugo (zumo) o un tinto (café). Quedamos impresionados de las iglesias de los corregimientos: pequeñas, humildes, con las puertas siempre abiertas y, sobre todo, comunidades cristianas vivas.
Al atardecer organizamos un curso de guitarra que tuvo gran acogida, pues se veía la ilusión que ponen por aprender, sea lo que sea. Utilizábamos los tiempos libres antes de cenar para dar una vuelta por Corozal, aprender a bailar con el grupo de Jufra, o simplemente sentarnos a leer o escribir un poco.
Por la noche después de la cena nos juntábamos el grupo para los “cinco minutos”, donde compartíamos las emociones, sensaciones, momentos inolvidables que nos había deparado el día. Era un momento necesario para seguir afrontando las tareas unidos.
Además pudimos pasar un día con los niños en la piscina, junto con los profesores del refuerzo escolar. Nos dimos cuenta de lo poco que necesitan para ser felices, su energía y su buen comportamiento. También vivimos la fiesta de Santa Clara. Una fiesta inolvidable, con procesión y fuegos artificiales, donde acudieron todas las comunidades de los corregimientos. Todo el mundo sacaba sus mejores trajes y disfrutaba de cada instante, para terminar bailando hasta desgastarnos los pies.
Durante cuatro semanas hemos podido compartir nuestra vida con la gente de Corozal, donde al son de la cumbia y el ballenato bailan tanto el calor, el grito de la tierra en las tormentas tropicales, la sencillez de la gente, su alegría inexplicable, la pobreza y la corrupción, como el servicio y la entrega de los que creen en un mundo mejor, la fidelidad al Evangelio, las puertas abiertas y los abrazos de un niño. Corozal es, ciertamente, difícil de olvidar.

(AAVV, Corozal, Colombia)