jueves, 9 de abril de 2015

Ropa tendida. Experiencia en Colombia.







Siempre que hacemos un viaje o vivimos alguna experiencia que nos emociona o nos “llega”, se graba en el recuerdo una imagen, que automáticamente, se casa con el lugar o el evento y a partir de entonces son inseparables.

Yo encontré esa imagen a los pocos días de estar en Corozal.

Íbamos en el coche, volvíamos de la finca, donde habíamos estado para llevar agua y nos habíamos fotografiado con un hermoso pavo real.

Conducía Edisom y al pobre le hice parar para fotografiar una valla a pie de carretera que cercaba una finca. Y estaba llena de ropa tendida.

¡Ya ves, ropa tendida! ¿Y crees que eso es lo más bonito que veras en este viaje?

Pues seguramente me iba a encontrar con otras maravillas, y situaciones más comprometidas, pero mira por donde, me sentí reflejada en esa ropa.

Tendida, expuesta a la belleza que Dios me estaba mostrando.

Recibiendo toda la grandeza de sus rayos que absorben hasta la última gota de agua y dejándome seca. Pero preparada para arropar, proteger, abrazar, consolar… Ropa tendida que también recoge todo el polvo del camino, que se impregna de una realidad y la padece, sufre o disfruta.

¿Era eso lo que me pedía Dios?



¿Es eso lo que está pidiendo actualmente a Fray Elkin, a Fray Edisom, a Fray Daniel, a Fray Juan José, y a todos los que antes han pasado por allí?

Porque mi sensación ha sido esa. Están tendidos, expuestos, impregnándose de los olores, llenándose con el polvo de los caminos para acercarse a tantas personas necesitadas de escucha, abrazos, cariño, bendiciones… porque tanto en Corozal, como en los corregimientos que pudimos ver, allí estaban, con una ternura que nos ponía los ojos vidriosos, acogiendo a personas que se acercaban a ellos, hablándoles desde el corazón, saliéndoseles Dios por la boca, en forma de papá.

¡Cómo corren los niños hacia ellos buscando su abrazo, cómo se acercan los jovencitos (los “pelaos”) para buscar un consejo, para hacer una broma, para recibir alguna colleja… esa que no reciben del papá porque no está!

En momentos diferentes, dos de ellos me comentaron que la presencia franciscana en Corozal es, sin duda, la más dura de Colombia, pero a la vez la más hermosa. La que más les había enseñado, la que más agradecían.

Y realmente, el clima es duro, la realidad impresiona, el día a día de sus calles destartaladas y llenas de tierra seca que cuando llueve es barro, nuestros” hermanos los animalillos”(arañas, mosquitos, ranas y sapos, murciélagos, y alguna culebra, que gracias a Dios no vi) que se empeñan en visitarte y al final se convierten en tus compañeros y hasta les coges cariño.

Luego, cada vez que veo la imagen, o recuerdo ese momento, me invita a reflexionar sobre lo que he vivido, sobre lo que he ido a hacer, sobre lo que yo pensaba que haría, o sobre lo que he hecho. Todo parece lo mismo, pero ¡¡¡¡Ayyy, cuan diferente!!!!

Dios nos llama a todos y a cada uno de nosotros. Y como nos conoce…el muy ” picaruelo”… ¡sabe qué nos puede pedir!

Dios pone en cada uno de nosotros unos dones, para que los entreguemos.

¡Recibir y dar!...

¡Y volver a recibir!

Porque de lo que estoy segura es que he recibido mucho cariño y muchas bendiciones y mucho agradecimiento por estar ahí y mostrarme como soy. Intentando colaborar y ser una más en esa fraternidad.

Jordi nos dijo que nuestro trabajo sería el de acompañar, ser uno de ellos y dejar que el Señor nos mostrara…después también lo repitió Angel Mariano, pero yo quería ver, saber cómo funciona todo, saber en qué se transforma el trabajo que el grupo misionero hace desde Barcelona. Y sobretodo pensaba que iba a conocer a un grupo de niños, tenía que jugar con ellos, acompañarles en sus comidas, colaborar en lo que me fuese posible en los momentos del refuerzo escolar… mi vida en Corozal tenían que ser los niños!!!!

Y llegamos y… los niños estaban de vacaciones y el comedor y el refuerzo cerrado… y así hasta nuestra última semana. Y yo que no se estarme quieta, que necesito actividad constante… “tirándome de los pelos” y mirando a Lola y comentando… ¿y qué hacemos nosotras aquí? ¿ y qué hacemos con estos frailes?

Con unos hombres que fueron llegando paulatinamente porque también ellos habían estado de vacaciones. Que nos recibieron muy bien y se preocuparon por que estuviéramos cómodas… pero ellos tenían sus cosas que hacer y aunque nos invitaban a acompañarles, yo siempre he pensando que no a todo el mundo le gusta tener a unas “garrapatas” vigilando su trabajo.

Porque nosotras éramos “las señoras españolas que colaboran y ayudan a que el proyecto pueda seguir adelante”. ¿Nos sentirían como inspectoras que iban a supervisar que todo funcionara correctamente?

Pero hablando con ellos, preguntándonos por lo que hacemos cada uno de nosotros, por nuestras familias, por cómo se sienten allí, por su experiencia, informándonos sobre los proyectos, en charlas tranquilas, un día frente al mar, otro día visitando familias y disfrutando del paisaje de Corozal o simplemente descansando del día en las hamacas del Kiosco, he conocido a un grupo de hombres que me han demostrado que Jesús está en las calles, en aquellas casas pobres y sencillas que ellos visitan enamorados ,en la alegría de los niños jugando en las calles al lado de la basura, en las arrugas de los ancianos que les saludan y abrazan y que hacían lo mismo conmigo por ir a su lado, en las personas que sin conocerme, me han invitado a sus casas o a pasar una tarde de ocio, en los muchachos que acuden al convento cuando les dicen que se necesita que vayan a comprar, o a cortar las malas hierbas del patio o a montar unas sillas para una reunión.

Y mirando la foto de la ropa tendida, o pasando muchos ratos en el lavadero de la casa, donde cada día tendía la ropa o planchaba, pensé que, tal vez, Dios quería mostrarme una realidad que yo no me había ni planteado. Lo fácil era esperar a los niños y sentarme a comer con ellos y jugar un rato, o ayudarles con sus cuadernos a la hora del refuerzo. Porque esa era la idea que yo traía, porque siempre me han gustado los niños y porque los niños son la imagen que siempre se trae de Corozal.

Pero ¿y si lo que quería Dios de mi es que descubriera que esos frailes que se desgastan y se impregnan del polvo de los caminos, también necesitan un suavizante, una plancha suave que les mime, que les escuche, que les haga reír, que les eche una mano preparando bolsas para los niños, que les diga que son personas geniales y maravillosas que están haciendo una labor impagable aquí en la Tierra?

Y seguro que ya oyen de las gentes que visitan y tratan, buenas palabras y gestos de agradecimiento. No quiero ser pretenciosa, pero creo que lo que les he dado, es alegría y confianza. Les he contado chistes, he bailado, me he metido en su cocina, en su nevera, me atrevería a decir, que un poquito también en su corazón, y he intentado que se sintieran a gusto con un extraño en su casa. Porque también es cierto que dar constantemente la imagen que los otros esperan de uno, al final tensa. Y la libertad de reír, tomarse una cervecita, hablar de cómo se siente uno, cantar unas canciones o recibir una carantoña en un momento de bajón, de nostalgia o de confidencia en un ambiente fraterno, se agradece.

Y creo que esa ha sido mi aportación en esta experiencia. Ese ha sido mi “darte”

Además de ayudar la última semana en la cocina del comedor, conviviendo con las señoras que trabajan allí y que están entregadas a su labor con una gran dosis de compromiso. Cortando verduritas, pelando y troceando pollos, fregando platos, cortando y ”fritando” plátano para hacer patacones… Guau!!! Que peligro tengo yo con un cuchillo en la mano… esperando que llegaran las 7.30 de cada mañana para pasar a la cocina y poner mis manos a su servicio. Se reían cuando las miraba con ojos de “ ¿Y ahora qué?” o cuando me iba moviendo al ritmo de la música de la radio que nos regalaba un vallenato…

Y siempre intentando mostrar la mejor de mis sonrisas y regalando toda la alegría que esta experiencia me ha aportado. Ciertamente este mes mi cara ha estado especialmente iluminada y miro las fotos que hemos hecho y en todas ellas me veo feliz.

Pero “bendita realidad, bendita presencia en Corozal” que me ha hecho agradecer el conocer gente fuerte con un corazón grande y generoso. Que me ha hecho valorar lo que tengo y lo que puedo hacer. Ese ha sido “otro recibir”, he recibido momentos de reflexión, momentos de interiorizar, de mirarme y preguntarme muchas cosas.

Bendita realidad que no solo me ha abierto a mí los ojos, sino a los jóvenes que son la nueva savia franciscana que ahora está en los seminarios de Bogotá y Medellín. Jóvenes que hemos conocido y que se han preocupado por nuestra comodidad en las casas, que están llenos de ilusión, de alegría y de incertidumbre por lo que a ellos también les pedirá el Señor.

Todas las presencias que hemos visitado nos han aportado algo. Nos han mostrado alegría y mucha vida. Y vida de verdad, con sus momentos duros y sus momentos lúdicos. Vida de compartir fraternalmente lo que Dios nos ha dado.

Viviendo las Eucaristías con una nueva visión. Llegándonos al corazón la fe con la que aquellas gentes se acercan a las iglesias…

Yo me he vuelto llena, llenita. ¡Darte y recibir! Siempre se recibe mucho más de lo que das.

¡¡¡De eso estoy segurísima!!!

Y aunque al principio, cuando “me quedé sin los niños” me preguntara: ”¿Pero qué hago yo aquí?”, después puedo decir que mi experiencia colombiana ha sido conocer muy de cerca una realidad que me ha mostrado un país y a sus habitantes “en estado puro.” Sin ese cristal de colores que nos ponen cuando hacemos turismo, que nos aparca en un resort y nos muestra una realidad “a medias.”

Y como ellos dicen: “Colombia engancha y lo peor es que te quieras quedar.”

¡¡¡Y cómo me ha costado decir adiós!!!

Y sí. Porque su riqueza natural, la belleza de su paisaje, y sobretodo el carácter de su gente te hace muy vulnerable. Y de repente, te encuentras expuesta y con los brazos y el corazón abiertos. Y sin darte cuenta, día tras día, sientes que te han robado, que algo te falta, que tienes un trocito menos de corazón.

Habíamos visto y leído muchos artículos sobre el proyecto que se lleva a cabo en Corozal. Nos habían contado la situación en la que se encuentran algunas de las familias, la mayoría de ellas con la ausencia del papá, los lugares en los que habitan… habiendo “arañado” un trozo de ladera al final de grandes ciudades como Bogotá o Medellín para construir un refugio donde vivir. Nos habían mostrado cientos de fotos de niños, que año tras año, hemos visto crecer.

Pero nada de esto te prepara para lo que ves “in situ”.

Especialmente en los casos de los niños que están apadrinados, porque realmente, al visitar sus casas, te das cuenta de lo poco que tienen. Y aunque avergonzados (“que pena” dicen ellos a la vergüenza) porque no habíamos avisado y los “pillábamos” , con la casa destartalada, preparándose para ir a cole, o sin nada que ofrecer, nos abrían puertas, nos invitaban a sentarnos y nos bendecían por la ayuda que de nosotros recibían.

Y recordándolo me pregunto, si además, nosotras no habremos llegado a quitarles, un poco, su dignidad, presentándonos, sin avisar, a invadir sus casas que nos mostraban su cruda realidad. ¡¡¡ufff!!!

¡Qué “pena” la nuestra! que atesoramos seguridad y sólo damos un poco de lo mucho que podríamos. (y digo pena como lo dicen ellos, hablando de vergüenza)

Son personas que no tienen nada, solamente “su buscarse la vida” de cada día. Haciendo unos jugos o unos “tinticos” para vender en la calle, cosiendo, las que han conseguido un préstamo para comprar la máquina…

En una tarde de ocio en la que un matrimonio de Corozal nos invitó al cine, vimos una comedia de una pareja de cómicos muy conocida en Colombia y salía la figura de un colombiano en Miami, buscándose la vida y la frase que decía en cada uno de los trabajos que le vimos hacer era: “un colombiano que se quiere, si no tiene trabajo, se lo inventa” y aunque todos reían por lo rocambolesco de los trabajos, cuando luego caminas por las calles de Corozal, o Medellín o Bogotá encuentras a muchísimas personas que se inventan su trabajo para sobrevivir, pues eso, vendiendo empanadas, jugos, tinticos, diabolines, huevos de iguana o cualquier cosa que se les ocurra.

Pero al salir de aquellas casas, con el corazón oprimido, pensaba que no debía olvidar a aquellas mamás ”que hacen de tripas, corazón.” Que buscan sacar adelante a sus pequeñuelos y pese a sus desgracias, tienen una fe inquebrantable. Recuerdo especialmente a Rosi, en Medellín, sola con cuatro hijos, y agradeciendo a Dios todo lo que recibe.

¿Agradezco yo todo lo que tengo?

¿Reflexiono yo cómo es mi vida?

¿Me quejo por todo aquello “que me falta”?

Y qué tierno ver todas estas fotos que hemos traído, y los cientos de fotos que me han ido exponiendo todas las personas que antes que yo han pasado por allí.

Pero una vez más digo que no estaba preparada para oír a una niña, con ojos cautivadores, pedirme: ”Señora, quiere ser usted mi madrina?” porque pese a que todos sabemos que los niños mientras están jugando… olvidan, cuando salen de sus juegos, saben que nosotros podemos “salvarlos” de su realidad. O por lo menos, hacerla más llevadera.

O cuando uno de los “pelaos” te mira y descubres en sus ojos limpios y profundos, el ansia de ser querido, ayudado, de conocer una realidad que a medida que te va preguntando, descubre o se le antoja el paraíso. Y no me refiero a obtener cosa materiales, sino a encontrar a alguien que quiera compartir su vida con ellos “para siempre”, vivir con la certeza o confianza de que no los van a abandonar porque ese dolor ya lo han sufrido y no quieren encontrarse con él de nuevo.

Conocer a chavales que han acabado los estudios básicos obligatorios, que no tienen trabajo, y que están “atrapados” en Corozal. Que necesitan salir de allí. Que necesitan tener más estudios que les permitan poder acceder a empleos. Y te quedas con el corazón encogido y te preguntas si no se puede trabajar un poco más para conseguir unas becas para ellos, para que salgan de ese bucle de “no tengo trabajo porque me faltan estudios y no tengo estudios porque como no tengo trabajo no dispongo de la plata para acceder a ellos”

Y al final, tuve ocasión de conocer a los niños. También Dios me regaló momentitos con ellos. En las reuniones con las familias de los niños apadrinados pude jugar con ellos en los columpios y me preguntaban por mí, de donde venía… todas esas cosas que ellos preguntan por pura y sana curiosidad mientras me mostraban todas las monerías que sabían hacer al tirarse por el tobogán.

En las visitas que hicimos a alguna de sus casas, se mostraron tímidos y alguno de ellos nos produjo gran congoja al descubrirle unos ojos llenos de tristeza. Entonces te das cuenta de que algunos no tienen infancia.

Y en el comedor estaban contentos y acelerados por los horarios que les marca la rutina. Vienen felices porque un plato para cada uno les espera en la mesa.

De la cocina van saliendo los platos que una dietista confeccionó y que son equilibrados. Se les suele poner una sopa (unos días con costilla y otros con pollo) y un plato con algo de ensalada, arroz y carne. Los viernes atún o pescado. Y siempre hay verduritas o en el caldo, en el arroz o camuflada con la carne. Y compruebo que “lo verde” y los niños es igual en todos lados.

Los más mayorcitos ya tienen su grupito o los compañeros de cada día y hacen sus bromas. Los peques disfrutan de su plato y de los percances que sufre el de al lado al cortar su trozo de carne. Y todos miran sorprendidos cuando te acercas o te sientas a su lado, pero enseguida te cuentan el parentesco que les une, las dificultades con los cubiertos del vecino o lo que les gusta más de su plato. Pero, para nada se ven las barbaridades que se pueden ver en nuestros colegios españoles de comida desaprovechada o guarreada y dejada en el plato.

A la hora de fregar los platos, ninguno tiene restos, y los vasos del jugo también son apurados.

Me sorprendió lo ajustada que está la comida. Dentro de mis parámetros, el plato que se está ofreciendo está por debajo de lo que considero una ración para un niño en plena etapa de crecimiento. Si además le añadimos que en algunos casos, tal vez, ese sea la única comida en condiciones que hagan al día… ¡pues nos quedamos un poco desencantadas! Las cocineras, al preguntarles, dijeron que ellas sirven en función de lo que hay y midiendo que haya para todos. Tal vez, podríamos hacer un esfuerzo mayor para que esas raciones sean más generosas.

Cada día vienen tres turnos que comienzan a las 11.30 el primero con unos 30 ancianos y los niños que tienen que entrar en el turno de la tarde en su cole. Me sorprendió la rapidez con la que comen y la celeridad con que se sustituyen las mesas y los nuevos grupos. Realmente no se puede disfrutar demasiado de acompañar a los niños porque ellos van con horarios. Siempre hay algún peque rezagado al que le cuesta más comer o es más perezoso y había que “engañarle” y meterle la cuchara entre descuidos.

Y nos han quedado por conocer los niños del refuerzo. Sí que pasamos una tarde con cuatro de ellos para grabar un video. Y estuvimos muy entretenidas por su desparpajo. Además el Señor nos regaló un chaparrón que guardaré en el recuerdo porque después del calor que había hecho nos resultó una bendición. Nos pusimos a gritar y bailar bajo el agua y los niños nos acompañaron, convirtiendo el momento en una delicia y casi una oración tan franciscana como “loado seas mi Señor por la hermana agua…”

También Fray Daniel nos permitió conocer y participar en la primera reunión de profesores del grupo de refuerzo. Y seguro que lo harán muy bien porque todos son conscientes de la necesidad de estos niños de ser queridos y atendidos. Y en función del cariño que les den, ellos rendirán en sus estudios. ¡Gran responsabilidad, por tanto!

Y cuando el sueño se acaba, vuelves con los tuyos y te reciben a lo grande, hablas con la gente y eres una heroína, porque has cruzado el charco, te “has expuesto a peligros”, has dejado aquí a la familia… y lo pienso y sí que me gusta sentirme querida, y que me hayan echado de menos, y estoy satisfecha porque “algo he hecho” y sobretodo, “algo he descubierto”.

Pero los héroes se han quedado allí.

Ellos son todos los frailes que están al pie del cañón, que se desgastan y trabajan por aprovechar hasta el último céntimo de euro que reciben, que se despiertan cuando sale el sol para rezar y pedir por todos los que no lo hacemos, que se levantan antes del amanecer para ir al mercado a cargar el “carro” de comida para alimentar diariamente a doscientas personas, que celebran misas donde se piden, que coordinan a los profesores de los niños que cada día vienen al refuerzo, que prestan atención y apoyo a los ancianos y a las personas que llaman a cualquier hora a su puerta, que pasean las calles del barrio de Cartagena de Indias, o se meten en otros menos amigables, con una sonrisa saludando a todos y teniendo una palabra amorosa con todos, que invitan a “los pelaos” a las reuniones…

También son héroes aquellos que apoyan, que ayudan, que se implican… o Yadis, Gloria, Berlides, Vanesa y Luís que cada día acuden a la cocina y al comedor y aunque estén doloridas por el chicunguña hacen su trabajo de manera responsable, dedicando las horas y el esfuerzo que haga falta para que la comida esté a tiempo y para que llegue para todos, preparando las mesas, controlando que vengan todos los niños y que lo coman todo, separando platos especiales para los que necesitan dietas especiales. Y conociendo a cada uno por su nombre. Recogiendo y dejando la cocina lista para el día siguiente con una sonrisa y cantando aunque luego lleguen a casa destrozadas.

Y desde aquí cuando pienso y reflexiono en todo esto, y vuelvo a mirar mi preciosa foto de una valla llena de ropa tendida, expuesta a los rayos del sol, le vuelvo a preguntar a Dios:

¿Y qué me pides ahora que haga?

¿Qué puedo hacer para que esto no se quede en una experiencia que estoy contando?

¿Cómo puedo llegar a otros para que también se impliquen?

No quiero ser una camiseta que doblan y meten en un cajón.


“Dulce María”


Rosa Mari Camacho



Febrero, 2015

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